jueves, 1 de octubre de 2009

La cruda verdad (no, no es esa estúpida película hollywoodense)

Me levanté más o menos aturdida, como quien se levanta del piso cuando se cae en una acera pública. Cada vez que me levanto así me olvido del porqué, y poco a poco, con la inhóspita oscuridad de la madrugada, me voy acordando qué pudo haber pasado.

Esta vez fue un sueño, difícil de analizar hasta para su soñador, me dio miedo y me hizo darme cuenta que soy solo una pequeña partícula subatómica en este astro tan inmenso y tan celeste.

Contemplé mi lámpara roja casi dos horas buscando consuelo en el análisis de los objetos, hasta que mi propia fisonomía me rescató y me permitió dormir lo que faltaba para el amanecer.

En el sueño habían tres planos principales: El primero indudablemente me enfocaba a mí, el segundo enfocaba todo lo que mis ojos veían y el tercero me enfocaba a mí viéndome a mí misma. En resumen mi sueño era yo viendo, a través de mis ojos, una película acerca de mí misma.


Extraño. ¿Verdad? En fin, la exagerada exquisitez de mi inconsciente es algo que dejaré a un lado por un momento. El sueño proseguía y veía que yo me subía al micro y me ponía los audifonos para escuchar música. Siguió todo el trayecto hasta la universidad Católica, me vi bajándome del micro y entrando, me vi caminando hasta mi clase, me vi hablando con algunos amigos, me vi fumándome una cajetilla grande de cigarros, me vi regresando a mi casa.

Puede parecer que hasta ahora es un sueño bastante aburrido, se preguntarán "Qué aburrido debe ser soñar con lo que haces todos los días si se supone que los sueños son fantásticos y maravillosos", pero todavía falta un poco por contar.


Casi al final del sueño, me vi tocando el timbre de mi edificio, me vi entrando a mi departamento, me vi echada en mi cama, y de pronto, como si fuera alguna especie de manejo de cámaras, enfocaron mi cara en primer plano acostada, me vi mirándome fijamente a los ojos. Pero lo más extraño, fue cuando mi yo realizador de todas las acciones me empezó a hablar. Recuerdo exactamente todas sus palabras:


"Hola-me sonreí- ¿Cuánto tiempo más crees que vas a hacer lo que me has visto hacer? Esto es tu día a día, eres una persona normal, dentro de los parámetros de una adolescente de 17 años, pero no lograrás nada, no vas a hacer nada, créeme que yo sé lo que te digo. No eres muy importante, eres una más, y te digo esto no para que te desacredites ni pienses que encerrándote en tu cuarto a estudiar conseguirás algo. No te des mucha importancia, no te creas superior ni inferior a nadie, solo vive, vive todo lo que puedas que cuando te hayas despertado verás qué tan fugaz puede ser la mera existencia. Yo soy tú, y yo quiero destruir las paredes interminables de ambiciones que tú has construido".


Mi sueño terminó con estas palabras, no muy alentadoras, pero algo realistas. ¿Será falso ese viejo refrán de fe que alega que uno puede ser lo que quiere ser si solo se esfuerza? Siento como si todo lo que me hubiesen enseñado hasta ahora fuera mentira, que me hubieran engañado toda mi vida con promesas de felicidad y positivismo falaz. Definitivamente el sueño no me ha hecho cambiar de perspectiva porque guardo todavía demasiadas ganas de realizar mis metas y cada día me convenzo más que amo aprender, pero me ha abierto los ojos y me ha hecho entender que por más que uno se sienta protagonista de algo o por más capaz que uno se sienta de alcanzar la fama, es muy probable que se muera y no sea recordado por nadie ni siquiera por los que alguna vez lo amaron.


No hay comentarios: