domingo, 11 de enero de 2009

Entre comillas

Las cosas que uno hace por el simple hecho de ser joven y querer vivir la vida "al máximo", pueden justificarse por la falta de experiencia y madurez que se adquiere al crecer.
En cierta forma, todos somos vulnerables, sobre todo si la curiosidad y las ansias son las fuerzas motrices de nuestro cerebro. Digo todo este rollo de libro de autoayuda porque yo no me la creía hasta ayer, siempre pataleaba cuando mi mamá me recortaba un artículo del períodico sobre los comportamientos adolescentes, o cuando mi papá me mandaba mails acerca de las drogas, el alcohol, el sexo y demás cosas que no sé porqué siguen siendo planteadas como tabúes.

Yo no lo veo así, tengo otra manera de ver esos temas un poco más compleja y amplia, algún día la plantearé, pero ahora quiero llegar a mi punto inicial para no "divagar" en otros asuntos.
En fin, un acto adolescente que cometí ayer me dio muchísima felicidad y la pasé muy bien, me reí, pensé muchísimo y llegué a Neptuno (una residencial por si acaso), pero también tuve miedo, y puede decirse que fue una de las situaciones más traumáticas para mí hasta ahora.

Estuve caminando por todos los parques de La Molina con dos amigos y hasta ese momento estábamos felices-bueno, por lo menos ellos porque yo estaba pensando en algo que hace tiempo que ronda mi cabeza- hasta que, al acercarnos a la casa de mi amiga, vimos un carro como cualquier otro que estaba estacionado al frente de nosotros y un individuo, cuyo género no pude definir debido a mi estado, que nos observaba. En ese momento yo no me daba cuenta de las cosas hasta que escuché la voz de alguno de mis amigos diciendo "¡Corran!" y yo solo pude hacerle caso.
Yo no lo creía, pero el carro nos siguió casi la mitad del camino hasta que ya no teníamos donde meternos y mi amigo nos dijo que nos escondiéramos detrás de unas plantas, y eso fue lo que hicimos. El carro estaba parado ahí, esperando para que saliéramos de alguna calle, pero no lo hicimos, estoy segura que fue un milagro que no nos hubiera visto porque sino puede que yo no estuviera escribiendo esto un dí después.

Después de que nos aseguramos que el carro ya no estaba, salimos de nuestro poco particular escondite y yo, todavía con el corazón y la mente oprimidos, reflexioné sobre lo que acababa de pasar y escuchaba a mi amigo decir "¿Con cuántas personas te pasa esto?" obviamente no me tranquilizaba en absoluto, pero comprendí a lo que se refería.
No hablé mucho hasta el final, que sentía un vacío en mis arterias y mi incierto equilibrio me obligaban a concentrarme en el camino. Me imaginé en mi primera casa allá en los Álamos de Monterrico cuando era pequeña, caminando por el pasadizo que llevaba de la terraza al jardín más bello del planeta y después al cerrito donde jugaba con mi hermano.

Tuve una buenaproporción de esos flashes y me di cuenta de cuánto añoro esas épocas, esa despreocupación, esa tranquilidad que me proporcionaba la infancia y ahora me veo hecha un manojo de dudas, pero es parte de crecer, o eso dicen.
En este punto, yo ya estaba en un taxi lléndome a mi casa y soñando despierta con un avión que daba vueltas y vueltas a mi alrededor y yo no sabía si abordarlo o si quedarme. Al final creo que si lo llegaba a abordar y el rumbo era a Londrés sino me equivoco y no tenía idea porqué rayos me iba a ir a Inglaterra hasta que llegué a mi casa.

Me quedé dormida muy rápido, realmente no pensé nada como lo hago usualmente antes de dormir, también me desperté muy rápido, mis pensamientos fueron abruptos casi como cuando te dan una mala noticia, no digo que hayan sido malos, pero así los sentí en el momento.
Hasta ahora ha sido un domingo bastante rutinario, no he hecho nada fuera de lo común, vi tele, almorcé con mi papá, tuve una conversación relativamente completa con mi hermano, mi mamá me hizo la cena y continué leyendo "Jane Eyre".

La verdad, nunca sabré lo que es un domingo fuera de lo normal hasta que lo viva y creo que nunca lo he hecho, son decenas de rutinas a las que estoy acostumbrada y acabo de terminar la más eterna de todas: el colegio.
No pensé que llegaría el día en el cual no tendría que levantarme un lunes a las 7 y ponerme el dichoso uniforme azul, blanco y rojo (como la bandera de francia) para entrar en el portal azul y dirigirme a cantar el himno nacional además del de Francia todos los lunes. Se acabó.

Parece que lo dijera como si estuviera dichosa de acabar esa etapa, y lo estoy, no del todo porque ahí al menos me sentía segura, estaba toda esa gente que veía a diario, más que a mi familia incluso, que ahora ya no veré de esa forma. Muchos se han ido, es difícil perder amigos que tanto quieres, y por eso me gustaría dedicarles un par de oraciones a Héctor y a Berenice quienes se fueron a vivir a E.E.U.U y a Bélgica respectivamente.
Ambos me cambiaron de una manera que nunca voy a olvidar, me hicieron madurar, me hicieron creer en lo que nunca creí e hicieron de esta etapa un juego en el cual nunca perdía porque los tenía peleando a mi lado como un complemento esencial en mi vida.

Ahora que ya no están, no me siento sola ni desportegida, tengo más personas luchando a mi lado, pero constantemente me robarán una sonrisa cuando cante cumbia o pase por el malecón de Miraflores donde se materializan todos nuestros recuerdos.
Creo, sino me equivoco, que he divagado demasiado por hoy, es más de lo que usualmente escribo y mejor lo dejamos así porque parecerá que no tengo nada que hacer, y bueno, no me culpen, es domingo.

1 comentario:

Sinparametros. dijo...

Perder un amigo es perder una parte de tu vida. Aunque no te encuentre en un tiempo en mi vida y cuando solo queden unos recuerdos, ten en cuenta que siempre estarás en algun rincón de mi soledad.

Aplícalo en ti.