Mientras más pensé en hacerlo, más resistencia opuse porque siempre aparece la angustia cuando menos la espero. Entonces, decidí no preocuparme, guardar la calma y respirar un poco, iba a ver otro mundo, una gama de posibilidades se extendía ante mí como si quisiera comprar mi decisión con sus colores y formas.
Abajo había un pequeño abismo y yo no quería caerme ahí, seguía sentada en la rama del árbol casi llorando debido a que todos los demás estaban en tierra firme mientras yo, resignada a la altura y al vértigo, me paralicé junto a un nido de pájaros.
Me acuerdo de cuatro petirrojos, y de uno grande que le enseñaba a los otros tres a volar. No querían, tenían miedo y se sentían indefensos-pobres- pensé, pero me quitaron el aliento cuando el primero se lanzó a la deriva. Iba en picada, no creí que lo fuera a lograr, pero lo hizo, extendió las pequeñas alas y se fue como si nunca hubiera estado en aquel árbol. Después le siguieron los otros dos, pero no volaban juntos, cada uno se iba por su lado-¿Se habrán olvidado que son hermanos?-
No estuve mucho tiempo meditando porque mi papá llegó al rescate, me dijo que todo estaba bien, que saltara y él me iba a coger en sus brazos.
No puedo. Sí, sí puedes, cierra los ojos y cuenta hasta tres y en cuanto menos lo pienses, vas a estar aquí abajo. Ya, uno, dos...tres.
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